Áurea
Él se encogió de hombros.
—Ya no importa.
«Ya no importa, ya no importa…» Aquellas palabras se fueron repitiendo como un eco en la cabeza de Áurea, mientras lo veía alejarse por el sendero que lo sacaría de su vida, mientras su mente trataba de descifrar qué le estaba pasando para sentirse de repente tan sola, tan abandonada otra vez.
—A mí me importa —musitó, viéndolo desaparecer tras los olmos del sendero—. Me importas.
Pero él ya no estaba para escuchar su confesión.